Ensayo de juglaría y clerecía
Marti Lelis
Prolegómeno
Lleno de asonancias y consonancias, de vivencias, hiatos y sinalefas, el aprendiz de poeta enfermó de gravedad cuando decidió que sus poemas tendrían hemistiquios. Claro que también influyó que ya rondaba los 40 años de edad y ahora estaba solo, pues su adorada mujer lo había dejado por otro hacía más de un año. Pero un año no basta para superar un duelo tan atroz. ¿Quién, que supone que ha encontrado al amor de su vida para siempre, se recupera como si nada de su pérdida repentina? Además, ¿de qué le servía ser pasante de ingeniero si ya el gusano de la literatura se había instalado muy hondo en él? Mientras tanto, sobrevivía en Ciudad Capital como vendedor por comisiones de equipo y accesorios de cómputo.
Comenzamos a verlo arrastrar los pies a ritmo de milpiés aterido. A tropezones fluyeron sus versos a partir de aquel día. Lánguido, visionario descalzo, trovador globalizado, el poeta dejó que las noches fuesen sus días y que las ojeras fueran adueñándose con sigilo de su rostro. Poeta oscuro que, sin embargo, estaba decidido a batallar con la sombra bien medida, con escritos muy soneto, con los versos bélicos alejandrinos. Largas noches de profunda Estigia y de amores y de muertes, de alegrías, desfilaron ante los manuscritos ajados de juglaría y de clerecía. Y después: nada, sino el callado canto del solitario acompañado de sus letras, ritmos, troqueos. Enfebrecido de hemistiquios, abastecido de papel y pluma, dibujó sin prisa el prolegómeno a sus poemas. Enfermo, el poeta, su mal romance contó, como fuese: prosa o poesía, escribió…
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[Fragmento de novela]