Historia de Renato
Marti Lelis
Al amanecer lo encontraron boca abajo, a un lado del kiosco, con los brazos abiertos, inmóvil y desnudo. Enterado, mi jefe me dio datos y la tarea de escribir la nota para “El Vespertino”. De camino repasé los hechos.
Llegó ayer. Estuvo en el templo durante poco más de una hora. Salió saludando, estrechando manos, palmeando la sorprendida espalda de todo ciudadano al alcance. Bajó alegre el empedrado, toqueteando paredes y ventanas. En el centro, siguió con los arcos de los portales, abrazó árboles. Acariciaba todo, como si al palpar morosamente los objetos, duros o blandos, suaves o ásperos, los creara. Algún testigo lo vio encaramado en las estatuas del parque. Se miraba regocijado las manos ennegrecidas, como un niño; las metía en las fuentes para calmar el ardor en palmas y dedos, o para reinventar la sensación fresca y resbaladiza perdida por los adultos, conservada por los niños.
Llegué a la plaza. Lo tenían cubierto con una sábana. Busqué entre la ropa que estaba a un lado. Una identificación lo bautizó Renato. Puse mi mano en su cuello: aún tenía pulso. Llamé a una ambulancia y se lo llevaron.
Estuve un rato mirando a mi alrededor: la ciudad parecía renovada en su vejez; reinventada en su persistencia. Fui a escribir la nota y al atardecer regresé al parque. En la fuente, esperé a que nadie me viera, acaricié la piedra y sumergí despacio un dedo en el agua.
***
Marti Lelis / Texto incluido en A propósito de San Juan y otras miniaturas (2016).

Excelente Marti, el final da y sugiere. Abrazo desde Poza R
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Saludos Rubén. Gracias y saludos desde Tlaxcala.
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Muy evocador y mantiene el tono a lo largo de su corta extensión. Un verdadero logro. Saludos
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