Un budista en Tlaxcala

Marti Lelis

Llegó un monje budista a Tlaxcala. Estuvo un par de semanas meditando sentado en flor de loto frente al quiosco, desde el amanecer hasta que anochecía y se levantaba la luna roja o rosa detrás de la montaña. A un tlaxcalteca le dijo que en Occidente nuestros valores supremos son el bien, la belleza y la verdad, pero que en realidad nos mueve el mal, la fealdad y la mentira. El tlaxcalteca le dijo que va, nosotros no estamos en Occidente, y tuvimos a Camaxtli. No debió ser un tlaxcalteca típico porque le habría hablado de la Virgen y, en cambio, le habló al monje budista de Diego Muñoz Camargo y de la Historia de Tlaxcala y de la grana cochinilla, papeles que ya nadie lee pero que están padres porque cuentan la historia de Tlahuicole, el fornido de la estatua. El monje entendía bien el español, a juzgar por la sonrisa que le dedicó al ciudadano cuando se despidieron ese día. Se supo que el oriental se compró un agua de piñón en la Michoacana y, como ya tenía hambre, se fue a comer al Sushi Nippon en avenida Independencia. Al otro día reanudó su meditación. No sabemos cómo se llama, y no se parece mucho al Dalai Lama, además que ya se sabe que todos los orientales nos parecen iguales.

En la segunda semana de su estancia, llegó al parque cargando una jaula diminuta en la que llevaba un grillo. Mientras él meditaba, el grillo chirrió todo el tiempo y la noche se puso calurosa y concurrida. Esto pasó antes de las lluvias. El tlaxcalteca fue a verlo de nuevo y lo encontró sentado en flor de loto, con su grillo cantando, rodeada la jaulita de grillos tlaxcaltecas que salieron de los jardines. El monje le dijo qué gusto, porque en mis tierras orientales lo que vale es borrarse y las cosas no son esto o lo otro sino un tránsito entre dos extremos, un iluminado lo sabe y su respuesta es el silencio, el grillo aquí canta porque su hacer no es interesado y los grillos locales vienen a verlo y parece que conversaran, pero lo que hacen es mantener la rueda del mundo funcionando y en esos momentos de comunión Tlaxcala no sólo es cuna de su nación sino el mismo centro del Universo celebrado por los élitros chirriantes de la congregación de grillos alrededor de mi cuerpo, que poco a poco se va adelgazando.

Eso dijo. Y el tlaxcalteca se lo llevó con todo y grillo a ver los murales de Desiderio en el Palacio y luego se subieron al turibus para hacer el recorrido de leyendas y de historias. Pero faltaba el tianguis de los sábados y por ahí estuvieron comiendo, chicharrones el tlaxcalteca y tacos de aguacate el monje, pruebas de fruta y muéganos hasta que quedaron llenos y regresaron al zócalo para continuar haciendo girar la rueda del mundo.

Así hasta que un viernes de abril llegaron las lluvias retrasadas y ya no tuvimos calor, el monje ya no apareció, se fue cuando llegó el agua y el que contó lo de sus últimos días fue el tlaxcalteca atípico con un preámbulo sobre la extrañeza que le causaba la representación de la Pasión de Cristo en Semana Santa como algo muy normal y no la estancia del monje budista que era algo más oriental que la religión de la Cruz que nos trajeron los españoles, una cosa muy rara. Dijo pues, que el monje partió contento y su destino era Paracho porque ahí le recomendaron que comprara una guitarra, una de paloescrito con pinabete, porque cubre un rango de sonidos mayor que la de cedro y estaba seguro de que las cuerdas serían un gran acompañamiento para el grillo y que su meditación tlaxcalteca desde luego no tenía moraleja.

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